Entre el dedo anular y el corazón

Myriam Ramos Ortiz
Departamento de Estudios Hispánicos
Facultad de Humanidades, UPR RP

Necesitaba estar accesible, no solo porque abría el portón más cercano en caso de una emergencia sino porque era la única llave del material que aguantaría las circunstancias para dejarle salir airosa. A las ocho y cuarto de la noche, la llave maestra platinada, de un grosor extrañamente satisfactorio y de un tamaño aproximado de dos pulgadas, se convirtió en el arma blanca más confiable que cargaba en el bulto.  

Llevaba una caminata tranquila, manteniendo distancia con el hombre calvo que iba en frente. Salió de la UPR y ahora entraba al callejón que se había quedado en el olvido desde el huracán María. Contaba con tres postes de luz, uno al comienzo que tenía un letrero con el nombre de la calle, decía Añasco con letras azules y un fondo reflector blanco; otro de madera enredado con cables en el centro del callejón y el último inclinado en un ángulo de setenta grados sobre la carretera. Pero el único que iluminaba era el primero. A medida que se adentraba, el callejón parecía desvanecerse en la oscuridad. Los reflectores de los carros estacionados en el lado izquierdo, que ocupaban la mitad de la carretera, mantenían un sentido de dirección en el vacío de la Añasco. La acera tampoco se veía pero los pedazos de vidrios que se acumulaban en las estrechas líneas del cemento iluminaban el camino.  

Justo al comienzo del callejón, el calvo paró en seco, así que se vio obligada a parar también. Colocó la llave maestra entre el dedo anular y el corazón. Fue instinto, ya ni cuenta se daba que hacía eso excepto cuando iba acompañada que se lo mencionaban, pero nunca sabía qué contestar. Las demás llaves bailaron en sus manos hasta que cayeron entre los otros dedos. La llave del buzón entre el meñique y el anular, el abridor entre el dedo corazón y el índice, y entonces, la llave de su apartamento entre el índice y el pulgar.

No había explicación por la que detenerse abruptamente, nada físico lo estaba obstaculizando a continuar su rumbo. Parece absurdo, pero solo existe un minúsculo número de razones por las que dos personas caminando en una calle oscura, una al frente de la otra, deciden parar en seco. Fuera esto una movida estratégica o una pura coincidencia que obstruyera su andar en el momento más inoportuno para ella, igual nada se sabía con certeza en aquel callejón oscuro. No tenía por qué pensar lo peor, pero habitar en Río Piedras requería un estado de alerta a toda hora y esta no era la excepción.

Permaneció parada en la acera por obligación, a cinco pasos más atrás de él, porque pasarle por el lado era casi como decretar el final del comienzo. Era inconcebible estar al frente y perder la visibilidad del entorno solo por querer llegar más rápido a su casa. Así que ahí estaba, parada justo al lado del primer poste, en el comienzo del callejón. Solo le tomó segundos darse cuenta que estaba parada en el maldito cruce que siempre había intentado evitar. No era cualquier cruce, era el de las terribles historias que contaba Paula y cualquiera que le tocara caminarlo de noche.

Nada pintaba bien pero todavía había espacio para muchos finales. Un poco hacia al frente estaba él, todavía petrificado en el mismo medio de la acera con una bolsa plástica en su mano izquierda. Había pasado menos de un minuto desde que había decidido parar de caminar. Entonces gritó con todas sus fuerzas al vacío, como si no quisiera dejar nada adentro. Gritó lo que posiblemente era la última palabra que ella quería escuchar en un callejón oscuro sola. Las soltó con rabia, con violencia, con locura desmesurada sin saber que ella estaba a cinco pasos de distancia detrás suyo.

–– ¡PUTA, PUTA, MALDITA PUTA SUCIA!

Volvió a retomar el ritmo de sus pasos, la luz se ausentaba gradualmente y su figura se comenzó a difuminar en la oscuridad del callejón hasta que dejó de verlo. Ella permaneció parada en el cruce, sin despegarse del poste que marcaba el principio del callejón y el único que iluminaba. Cuando vio que desapareció por completo, comenzó a caminarlo con pasos largos, casi trotando. Dejó de tener visibilidad de su entorno, solo perseguía los reflectores de los carros y las dentaduras en el cemento cubiertas de vidrios, hasta que chocó contra el poste de luz que no funcionaba. En ese instante sintió que le agarraron el cuello y la empujaron contra lo que esta vez sí era el poste. Mientras la asfixiaba sintió que los dedos le rozaban la parte interior del muslo. Pero no podían ser porque tan pronto se los introdujo dentro de la boca para apaciguar sus gritos, la fricción en la parte interior del muslo seguía intensificándose. La otra mano comprimía violentamente el cuello delgado, todavía pinchado contra el poste de madera. El rozamiento se volvía un continuo estregón irritante que le comenzaba a quemar el muslo hasta que comenzó a embarrarse de fluidos viscosos.

Intentó apartarle las manos para coger un bocado de aire, pero una estaba completamente clavada en su cuello y la otra en su boca. Cuando optó por empujar la cabeza, alejándola de su cuerpo, sintió la calva. Los dedos palparon la cabeza para reconocer su lugar hasta que dieron con el final de la ceja, luego los movió una pulgada hacia atrás buscando la sien. En el instante que la encontró reacomodó la llave máster y la comenzó a atravesar.  

Solo la punta de la llave entró fácilmente destrozando los poros, hasta que se encontró con el cráneo impidiéndole el paso. La sangre comenzó a bajar como lágrimas, ensuciándole la ropa. Torció la mano enterrando la punta un poco más y comenzó a martillar hasta penetrarla por completo. Con gran dificultad la sacó de la sien. Antes de continuar a paso largo hasta su casa, la volvió a acomodar entre el dedo anular y el corazón.

Posted on December 6, 2020 .