Kris Rodríguez Colón
Departamento de Psicología
Facultad de Ciencias Sociales, UPR RP
Recibido: 19/09/2025; Revisado: 26/11/2025; Aceptado: 1/12/2025
Mi cuerpo como estatua:
Frío, firme, esperando ser mirado,
no entendido.
Mi cuerpo como objeto,
Pasado de mano en mano en el TSA,
como si fuera prueba de algo que no soy.
Me voy al baño, busco mi reflejo,
me toco, no por placer, sino para saber si sigo aquí.
Porque no me siento presente.
No me siento yo.
Me preguntaron por mi género.
Me tocaron los genitales.
Mi piel no reaccionó,
pero mi alma gritaba.
“¿Por qué tardaste tanto?”, pregunta mi abuela.
Y mami, a todo cojón, dice:
“es que su género estaba puesto mal”,
como si nada,
como si no hay heridas no sanadas.
Christopher Rodríguez Colón, 5’7”, 19 años.
Sexo… Masculino.
Un nombre que ya no habito.
Un sexo de lo que era, no lo que soy.
Soy mujer, carne viva envuelta en recuerdos,
heridas pasadas que no elegí.
Soy cuerpo puesto en pedestal,
decisión del gobierno si existo
en los ojos de la ley o no.
Cuerpo recordado de lo que fui y era.
El respeto es fácil de pedir,
difícil de practicar.
Mami dice: “tómate una cerveza y cálmate”.
Y yo, con lágrimas contenidas,
cargo una pena inmensa.
Lágrimas se aguantan dentro de mis ojos que desean explotar.
Una pena inmensa que carga dolor y deseo de libertad.
La disforia no es solo incomodidad.
Es vivir en un cuerpo que no te pertenece,
mirarte al espejo y tener que inventarte.
Construir un reflejo como un altar roto,
porque mujer con bicho no es biología.
Es voz que grita constante:
“tienes barba, no tienes tetas,
se te ve la marca del bicho,
tu voz no es femenina, nunca serás mujer”.
Es la ropa que no entiende,
el tacto que invades,
la estrategia de saber cómo entrar a un bar,
a un salón, una reunión familiar,
donde lo que eras ya no es
y lo que fuiste es un reto olvidar.
Es vivir en tu cuerpo
mientras el mundo te niega la entrada del mismo.
Y te botan de espacios,
así que lo creas tú mismo.
Me fui de viaje,
me lleve la disforia en la maleta.
Lo supe tan pronto aterrice:
se me quedaron los panties,
los que me ayudan a acomodarme…a moldearme.
Que, aunque me aplaste el pene me siento más mujer,
más libre de ser.
Y sin ellos, mi cuerpo gritaba:
“No perteneces”.
“Te van a descubrir, cabrona”.
Trate de callarlo, con pantalones largos,
Boxers apretados, y respirar antes de salir de la casa.
Pensé:
”Si me maquillo más,
me pinto las uñas,
si suavizo mi voz… quizás no me descubran”.
A veces me camuflo en la distancia,
como espectadora de mi propia vida:
estar sin estar.
Estaba con mi abuela,
sentada al frente del bar,
y un gringo con barba nos preguntaba qué queríamos beber.
Pensé: “¡Qué bueno Dios! Si me doy una borrachera aquí se me hará más fácil pasar el día”.
Con mi vino en la mano,
Sentada, mi abuela comenta: “qué bonita te ves”.
Yo, sorprendida
sin saber qué decir.
Luego pregunta: “¿Cuál es tu nombre ahora?”
Y aunque no me lo creí,
le contesto: “Kris simplemente quítale el topher”.
Pero entonces mi abuela, siempre con una risa fácil dice:
“Christophera”... Y todos se echaron a reír.
Y asimismo le dije…
“No abuela… es Kris Angela Rodríguez”.
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