Maraia Vásquez
Departamento de Ciencias Ambientales
Facultad de Ciencias Naturales, UPR RP
Recibido: 5/09/2025; Revisado: 24/11/2025; Aceptado: 24/11/2025
Ese día el cielo cayó al mar. Yo lo vi: cómo las nubes parecían acercarse a Borinken. Con mi mamá recogía el maíz y mi papá, el cacique, alertaba la llegada de animales. Se parecían a nosotros, pero no estaba segura: tenían un color más claro y parecían cubiertos de plumas o escamas. Estos animales pedían algo amarillo, oro, el guanín de papá. Su reflejo, como líder de la tribu, se sometió a la voluntad del animal blanco, y un trueno de fuego atentaba contra la tierra. Mi mamá me cargó en brazos y me sujetó tan fuerte que casi escuchaba su corazón. Salimos corriendo hacia el bosque huyendo del peligro; nos resguardamos en una cueva. Más allá de la situación, me preocupa el hecho de que mi papá nunca llegó.
—Quinientos años después seguimos aprendiendo las costumbres de nuestros ancestros y su lucha continúa— nos contó papi a mi hermana y a mí. Juan y Argenida son una pareja dominicana que emigró a Puerto Rico, formó una familia con dos niñas y logró comprar su casa. Un domingo en que papi tenía el día libre, avisó que saldría a recortarse el cabello y regresaría en unas horas. Un rato más tarde mami nos llamó alarmada —tránquense en sus cuartos y apaguen las luces, voy para allá. — Llegó la noche, la mañana siguiente, la siguiente noche y ver el reloj ya no tenía sentido. Nos decían en todas partes lo felices que estaban con este movimiento; nosotros éramos extraños en nuestro planeta. Para todos aquellos que se preocupan por personas como nosotros, pueden estar tranquilos: mi papá nunca llegó a casa.
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