La curiosidad salvó a las rosas

  Claudia Arzuaga Pacheco 
Programa Interdisciplinario con Concentración en Escritura Creativa 
Facultad de Humanidades, UPRRP 

Recibido: 19/09/2025; Revisado: 24/11/2025; Aceptado: 24/11/2025 

Desde hace unos meses, Doña Clara vivía atemorizada de que sus preciadas rosas murieran. Sofía, su inquilina favorita, la única que entendía la pura belleza de sus flores, se mudó a sabrá-Dios-donde, dejando atrás a dos jovencitas que no podían cuidar ni a un cactus. Por tal razón, cada vez que caían tres chispas de agua, Doña Clara bajaba al primer piso de su edificio a verificar que sus magníficas rosas estuviesen bien. (Si se llegaba a acordar, también saludaba a sus inquilinas). 

Esa mañana, el sol no se preocupó por dar la cara. En vez, un diluvio decidió cubrir el barrio con su tono grisáceo húmedo.  Doña Clara, como de costumbre, bajó las escaleras agradecida de tener una excusa para atender a sus bellas y deslumbrantes flores. Doña Clara se aferró a su sombrilla mientras caminaba. No le importó que el borde de la carretera se había convertido en un río o que la grama era ahora un gigantesco charco de fango. Solo quería ver a sus hermosas rosas. Doña Clara llegó a la puerta de sus inquilinas, Isabella y Vanesa e, impacientemente, golpeó la puerta. 

—¡Isabella! — gritó doña Clara. —¡Vanesa! — 

El calor de la humedad se adhería a su piel mientras los segundos pasaban. Bajo la incesante lluvia, Doña Clara se comenzó a cuestionar. ¿Les habrá pasado algo a las chicas? O peor, ¿le habrá pasado algo a sus rosas? La luz se había ido hace unas horas. Quizás las chicas se fueron en busca de algo que hacer. 

Bueno, si ese es el caso, pensó Doña Clara, no tengo más remedio que entrar y verificar que todo esté bien. Doña Clara buscó su llave de reserva, su llavero tintineando con el peso de su gran cantidad de llaves, y entró al apartamento llamando con voz alzada a Isabella y Vanesa. Una vez más no hubo respuesta. 

La casa ya se podía considerar antigua con sus losetas desgastadas y puertas que de vez en cuando se cerraban solas. Doña Clara no se quedó a observar el apartamento ni se preocupó por las dos muchachitas que vivían en él. Simplemente, dirigió sus pasos hacia el patio donde residían sus rosas.  

Antes de que pudiera llegar hasta la puerta mosquitera, vio a Isabella. Su pelo castaño lizo por la lluvia y sus manos cubiertas en fango. Doña Clara sentía el corazón en la garganta. Le pasó algo a mis rosas. 

—Doña Clara—Isabella bloqueó la puerta. —No la escuchamos, ¿está todo bien? — La sonrisa de Isabella no llegaba a sus ojos y mientras hablaba continuaba girando su cabeza hacia el patio. 

—Sí, todo bien. Venía a ver que no se hubiese inundado su apartamento. —Doña Clara respondió. Y verificar que mis rosas están bien. Aunque no añadió esa última parte.  

—Bueno, el apartamento no, pero el patio sí. Vanesa y yo estamos tratando de sacar el agua.  

—¡¿Se inundó el patio?! — Doña Clara preguntó, mientras trataba de mirar sobre el hombro de Isabella. ¡Sus pobres rosas se estaban ahogando! 

—Sí. — Isabella suspiró, —por eso el desastre.  

—Pues no hay problema, yo las ayudo.  

—No, Doña Clara, nosotras estamos bien...  

Un fuerte golpe en el patio sobresaltó a Isabella. El ruido fue la distracción perfecta para que Doña Clara pudiera empujar a la chica y por fin entrar al patio, sombrilla olvidada en el suelo. No le importó que sus zapatos se llenaban de fango con cada paso, ni que sus canas se mojaran con la lluvia. Sus ojos solo se enfocaron en sus preciadas flores, que, por algún milagro, estaban en plena floración. Sus pétalos rojos brillaban en el jardín inundado. Jamás se habían visto tan hermosas. Doña Clara llevó sus palmas a su corazón. Toda su preocupación se esfumó. Las rosas estaban bien.  

Una vez que se encontró satisfecha con el estado de sus rosas, Doña Clara miró hacia sus inquilinas. Estaban de pie, con sus cuerpos inclinados hacia la puerta. Sus hombros llenos de tensión y sus manos cerradas en puños. Casi como si fuesen a correr. Doña Clara estuvo a punto de cuestionar el aire tenso que había sobrecogido el patio hasta que siguió la mirada intensa de Vanesa. En el suelo, ahora se encontraba un enorme agujero, mucho más grande que Doña Clara, como seis pies de largo. 

Vanesa rápidamente se acercó a ella y no tan sutilmente trató de llevarla a la puerta. 

—Estamos tratando de drenar el patio trasero para salvar las rosas. Sabemos cuánto las amas. — Isabella dijo. 

Doña Clara sonrió. Ella, que estaba tan preocupada, cuando Isabella y Vanesa solo estaban tratando de cuidar sus rosas. Con ninguna otra preocupación, decidió regresar a su casa. Las chicas claramente podían encargarse de esto; no había razón para quedarse aquí.  

Doña Clara comenzó a caminar hacia la puerta. Pero su curiosidad la hizo detenerse cuando pasó por el agujero en el suelo. Sus ojos rápido encontraron una piedra blanca. Excepto que era demasiado alargada para ser una piedra. Se veía como... —¿Eso es un hueso? — Doña Clara escuchó la brusca inhalación de Vanesa. Sin pensarlo se acercó más, casi eñangotándose al lado del hoyo. Las gotas de lluvia parecían caer más lento. 

No, no era un hoyo, era una tumba. 

—¡Ay Dios mío!  

Doña Clara trató de alejarse. Pero el brusco movimiento causó que se cayera en el fango, sobre su costado, mirando directamente a los restos que se encontraban en su patio. Un esqueleto vestido con un traje amarillo. Uno que Doña Clara había visto antes, la última vez que vio a Sofía, la chica que antes vivía aquí. La que siempre cuidó sus rosas. Doña Clara brincó, ignorando cómo sus músculos protestaban.

—Doña Clara, podemos explicarlo. — Isabella intentó. —Cuando se inundó el patio, los restos aparecieron. Usted sabe que esta propiedad es muy vieja. ¿Quién sabe hace cuánto están aquí? 

—Sofía está muerta. — Doña Clara dio un paso atrás, directamente hacia el rosal. Las espinas pincharon su piel arrugada, recordándole que las flores que tanto amaba no solo eran hermosas.  ¡Tenía que salir de allí!  Habían matado a Sofía. Miró hacia la puerta, pero antes de que siquiera pudiera pensar en moverse, Isabella agarró su brazo. 

—¡No! No es Sofía. — La fuerza de su agarre es suficiente para dejar marcas. —¡Sofía se mudó hace unos meses!  

—Si se va, llamará a la policía. — Vanesa bloqueó la puerta.  

—No, no lo haré. Ni siquiera debería estar aquí. Solo quería ver mis rosas y están bien. Yo solo… 

Doña Clara miró a Isabella tratando de suplicar, pero podía ver las ruedas de su mente girando. Doña Clara sintió la adrenalina en sus venas; podía ser vieja, pero aún podía sobrevivir.  

Corrió tan rápido como pudo. Empujando a Isabella en el proceso. Pero ni siquiera logró entrar a la casa antes de sentir un dolor punzante en la cabeza. Doña Clara miró a sus rosas. Sintió sus lágrimas caer de sus mejillas arrugadas hasta llegar a la grama enfangada. Cerró sus ojos, sabiendo que ya no tendría que inventar excusas para bajar al patio. Estaría aquí para siempre, sin poder escapar.  

Un año más tarde, Isabella y Vanesa tenían otro rosal perfectamente crecido. Frondosas y saludables, que contaban con una gran cantidad de nutrientes que aseguraban su subsistencia. Aun en la muerte, Doña Clara cuidaba a sus rosas. 


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Posted on December 12, 2025 .