Amurallada

Akari Sustache Báez
Departamento de Psicología
Facultad de Ciencias Sociales, UPR RP 

 

Recibido: 21/02/2023; Revisado: 10/05/2023; Aceptado: 11/05/2023 

 

 

El palacio de Andrea no era una obra de arquitectura suntuosa. Sin embargo, era una fortaleza de murallas impenetrables. Inicialmente, había comenzado con unos pocos ladrillos, pero al Andrea darse cuenta de que los embates del enemigo eran inevitables y un tanto arrasadores, empleó todas sus fuerzas en erguir gruesas murallas alrededor de sí misma. Los arqueros que a diario intentaban sabotear sus defensas quedaban como ridículos ante la maciza construcción.   

Ahora, aquellos pocos que habían logrado infiltrarse en la fortaleza eran acribillados por su infalible guardia real y, si quedaban con vida, eran encerrados en oscuros calabozos, donde permanecían años sin ver la luz del sol. Sumidos en la eterna oscuridad de la fortaleza, Andrea los mantenía vivos por razones que nadie comprendía. Conciencio, su leal consejero, le advertía cada cierta temporada que ya era hora de ejecutar alguno de estos prisioneros, pues ya todas las celdas estaban llenas.   

–Conciencio, sabes muy bien que ya nadie más será capaz de penetrar mis defensas. Los prisioneros que guardo los custodiaré de por vida, pues nadie más podrá infiltrar estas murallas –explicaba la regente, muy complacida consigo misma–. Soy impenetrable, Conciencio, absolutamente impenetrable.   

Conciencio se retiraba en silencio, sin creerle una sola palabra. Sabía que todas las noches Andrea se levantaba atormentada por el ruido de las cadenas en sus calabozos. Temía que alguno de sus prisioneros se escapara en la oscuridad y la despedazara en su sueño. Entonces bajaba las escalinatas de piedra, empuñando fuertemente su espada de doble filo, y recorría los negros pasadizos hasta llegar al último calabozo. Aquí custodiaba a su más letal prisionero, Praeteritum, cuyo nombre significaba pasado, según había interpretado Conciencio.   

Todas las noches se acercaba Andrea a las rejas oxidadas de Praeteritum, lista para decapitarlo. No obstante, su mortal enemigo era un maestro de la retórica. Luego de escucharlo hablar, todas las fortalezas de Andrea se derrumbaban y esta regresaba a su aposento para irrumpir en llanto a escondidas. La realidad era que Praeteritum sabía que Andrea no era capaz de aniquilarlo. La veía llegar en sus ropas de dormir con los cabellos revueltos, empuñando la filosísima espada fervientemente.  

–Andrea, libérame para matarme y morirás tu primero. Libérame para amarme y te consumiré como fuego– le decía Praeteritum en su voz cavernosa.   

Tantos años había habitado en las penumbras que su rostro ya se había borrado y Andrea sentía que le hablaba un fantasma. Entonces se quedaba quieta, resoplando. 

–Tus días están contados. Una noche de estas te cortaré la cabeza– le respondía, intentando ocultar el frío helado que le corría por los huesos.   

–Andrea, llevas años diciendo las mismas palabras. Ya estoy impregnado en la oscuridad de esta fortaleza. Yo te pertenezco y tú me perteneces. Conozco tu dolor porque soy tu angustia. Conozco tus miedos porque soy tu tormento. Conozco tus murallas porque por mí las erguiste. Conozco…  

–¡No conoces nada! No conoces nada y una noche de estas te cortaré la cabeza –gritaba Andrea y así mismo se iba corriendo de vuelta a su aposento, donde las lágrimas arrasaban sus ojos.  

Conciencio, como espíritu vagabundo, percibía todo esto. Transcurrían los días y los meses y la ejecución de Praeteritum se volvía una amenaza en vano.   

Entonces, una fría mañana de febrero, se oyó un retumbe de cañones. La torre del este había caído. Andrea corrió a asomarse a uno de los miradores, donde encontró a un guardia con una flecha clavada en el pecho. Incrustado había un mensaje que Andrea desdobló para llevárselo a Conciencio.   

Los días de tus murallas están contados. Mañana volveremos por Praeteritum, leía la hoja.   

Andrea rompió a llorar frente a sus guardias sin discreción alguna. Esa noche, el tormento fue más insoportable que nunca y pasó horas revolviéndose en su lecho, intentando ignorarlo hasta que no pudo más. Desenvainó su espada de doble filo y se dispuso a descender al calabozo cuando Conciencio la detuvo en seco.   

–Que sea esta la última noche, Andrea. Ignora sus palabras, pues sabes que Praeteritum ha sido tu debilidad por demasiados años –advirtió Conciencio–. Ejecútalo de una vez y exhibe su cabeza en las murallas. Si no, mañana destruirán todo y no quedará nada de nosotros.   

Con las pupilas contraídas, Andrea asintió. Empuñó fuertemente su espada y se dirigió con pasos firmes al calabozo. Ya no había nada que perder.  

–Soy inevitable, Andrea. Déjate consumir y así ya no sentirás dolor– comenzó Praeteritum.   

Andrea hizo caso omiso.   

–No eres mi dueño –afirmó implacable.  

–Puedes engañarte, pero sabes que, si me matas, morirás tú primero. Ya soy parte de ti.   

–No eres mi dueño– repitió Andrea mientras se acercaba a la celda–. No eres mi dueño, no eres mi dueño, no eres mi dueño…  

Finalmente se vio a sí misma cara a cara con su mortal enemigo; entre ellos solo las rejas oxidadas del calabozo. Sabía que, si lo liberaba para ejecutarlo, este sería indomable. Decidió que se enfrentaría directamente a él, aunque le costara la vida. Abrió el candado del portón y, de un solo movimiento, se escurrió dentro de la celda, encerrándose a sí misma. Solo uno de ellos saldría con vida.   

–No eres mi dueño y no tienes poder sobre mí. Me conoces, pero yo también te conozco y sé que mientes –declaraba Andrea mientras lo hacía retroceder, blandeando la espada–. Por doce años me has atormentado todas las noches. Te debí aniquilar desde un principio…  

Andrea ya tenía a Preaeteritum contra la húmeda pared de la celda. Encadenado, su único poder era su mortal manipulación. Solo bastaba con hundirle el filo.  

–Si hundes esta espada, tu vida acabará también, Andrea. Libérame ahora.  

Con su rostro a centímetros del semblante indistinguible de su enemigo, de repente fue capaz de discernir sus rasgos. Entonces reconoció la cara de aquel que le había robado lo más íntimo de su ser hace doce años. Él le clavó su mirada, pero ella le clavó su espada. Retorció el filo hasta ver la sangre brotar. Praeteritum cayó al suelo.   

Paralizada, Andrea esperaba caer muerta también. Sin embargo, esto no sucedió. Se dio la vuelta y vio a Conciencio, quien se acercaba con un manto negro para recoger el cadáver. Al rayar el sol, reunió a su guardia real para impartir órdenes ante la inminente amenaza que habían recibido. Sus fieles guardias recibieron el mandato con desconcierto, pero asintieron y procedieron a retirarse. Entonces Andrea tomó su espada y, con la mirada aprobatoria de Conciencio, se marchó también.   

Cuando los atacantes regresaron, dispararon cañones hasta destruir las puertas de la fortaleza y se infiltraron como hormigas. Empero, en la fortaleza no quedaba un alma. Hasta los prisioneros de los calabozos habían sido ejecutados. Los bandidos no sabían que, junto a su fiel Conciencio, Andrea había abandonado la fortaleza para nunca volver. Inicialmente, la había construido para protegerse de amenazas externas, pero la verdadera amenaza acechaba en el interior. Ciertamente, sin su fortaleza era vulnerable, pero ya no albergaría más tormentos en calabozos. Ahora Andrea era libre; libre de sus propias murallas.   

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Posted on May 30, 2023 .